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sábado, 3 de junio de 2023

7 Manchúes conquistan China

La dinastía Qing, oficialmente Gran Qing, o Estado del Gran Qing, también llamado Imperio Qing o dinastía manchú, fue la última dinastía imperial china, gobernando el actual país entre los años 1644 y 1912. Fue precedida por la dinastía Ming y sucedida por la República de China. El imperio multicultural Qing duró casi tres siglos y formó la base territorial para el Estado chino moderno.

La dinastía fue fundada por el clan Yurchen de Aisin-Gioro en Manchuria, donde a principios del siglo xvii establecieron un estado multi-étnico con capital en Mukden. En 1644, aprovechando el colapso de la dinastía Ming a consecuencia la revuelta de Li Zicheng, el general manchú Dorgon cruzó con ayuda china la Gran Muralla e invadió China, capturando Pekín en 1645. Dorgon proclamó a su sobrino Shunzhi emperador de China, lo que dio comienzo al gobierno de los Qing sobre toda China. La dinastía consolidó su control sobre China rápidamente, y alcanzó su máximo apogeo durante el reinado del emperador Qianlong (r.1735-1796), tras el cual inició un progresivo declive.

Durante el reinado de los primeros emperadores Qing, China vivió una etapa de estabilidad interna y de crecimiento demográfico, territorial y económico sin precedentes. Las conquistas de Qianlong expandieron el imperio Qing por Asia Central, doblando el tamaño del mismo. La población aumentó de unos 130 a unos 400 millones de habitantes, pero los impuestos y los ingresos del gobierno, fijados a niveles muy bajos, se estancaron, lo que a comienzos del siglo xix condujo a una crisis fiscal. El crecimiento territorial y demográfico, afectado por la falta de recursos fiscales del gobierno, sobrecargaron la habilidad del mismo para controlar eficazmente el vasto territorio de China. La corrupción se hizo endémica; sucesivas rebeliones pusieron a prueba la legitimidad del gobierno, y las elites gobernantes fueron incapaces de responder de forma eficaz a los crecientes cambios en el panorama mundial, donde las potencias occidentales demandaban con cada vez más insistencia la apertura comercial de China.

Después de la Primera Guerra del Opio (1839-1842), las potencias occidentales impusieron tratados desiguales, libre comercio, extraterritorialidad y puertos bajo control extranjero. La rebelión Taiping (1850-1864) y la revuelta de Dungan (1862-1877) en Asia Central provocaron la muerte de unos 20 millones de personas, la mayoría de ellas en hambrunas causadas por la guerra. Tras la Segunda Guerra del Opio (1856-1860), las potencias occidentales obligaron a China a reformarse parcialmente, y ayudaron al gobierno Qing a pacificar sus rebeliones internas. A pesar de estos desastres, en la Restauración Tongzhi de la década de 1860, las élites han se unieron en defensa del orden confuciano y de los gobernantes Qing. Las ganancias iniciales del Movimiento de Fortalecimiento Propio se perdieron en la primera guerra sino-japonesa de 1895, en la cual los Qing perdieron su influencia sobre Corea y la posesión de Taiwán. Los Qing trataron de reorganizar sus fuerzas armadas, pero la ambiciosa Reforma de los Cien Días de 1898 fue rechazada en un golpe de Estado por la emperatriz viuda Cixi, líder de la facción conservadora del gobierno. Cuando la lucha por concesiones por parte de potencias extranjeras desencadenó el Levantamiento de los bóxers, las potencias extranjeras intervinieron militarmente en China de nuevo; Cixi les declaró la guerra, lo que llevó a la derrota y a la huida de la corte imperial a Xi'an.

Tras firmar el Protocolo Bóxer en 1900, el gobierno imperial Qing inició reformas fiscales y administrativas sin precedentes, que incluyeron elecciones, un nuevo código legal y la abolición del milenario sistema de exámenes. Sun Yat-sen y otros revolucionarios compitieron con los monárquicos reformistas como Kang Youwei y Liang Qichao para transformar el Imperio Qing en una nación moderna. Después de la muerte de Cixi y del emperador Guangxu en 1908, la facción conservadora de la corte trató de obstruir las reformas. El levantamiento de Wuchang el 11 de octubre de 1911 condujo a la Revolución de Xinhai. El último emperador, Puyi, abdicó el 12 de febrero de 1912, dando fin al Imperio y terminando con más de 2.000 años de tradición imperial china.

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